En Colombia -por si nos lees desde otro país- estámos en confinamiento obligatorio desde el 18 de marzo. Algunas ciudades tienen reglas especificas. Donde estoy yo, Popayán, hay pico y cédula lo que significa que sólo puedes salir en el día especifico que te toca por el número en el que termina tu cédula o identificación. Si no cumples la norma pueden multarte, claro que, si necesitas salir por una emergencia, aunque no puedas salir ese día, puedes hacerlo. En fin, debido a esto, es obvio que la ciudad permanece casi vacía y aunque hay una que otra persona por ahí y bastantes policías, la ciudad está desolada.
Justamente por estos días tenía pico y cédula y como tenía que hacer compras y pagos aproveché y salí. Salí con ganas de caminar y ver la ciudad ¿qué estará pasando allá afuera? En las primeras calles iba muy tranquila, no había mucho ruido, ni gente y mucho menos contaminación, pero al llegar a la plaza principal del centro sentí un poco de ansiedad. Lo primero que me topé fue a un montón de policías dispersos por la plaza y eso me hizo sudar las manos.
Se supone que la policía está para cuidarnos, pero esa es una ilusión en muchos casos. Yo nunca, en ningún lugar me he sentido segura estando rodeada de policías, y en estas circunstancias mucho menos, sola y con las calles tan vacías.
Es obvio que no todos los policías son iguales, que son seres humanos y que algunos hacen bien su trabajo, pero las experiencias a mi alrededor me hacen desconfiar de ellos. Y no es para menos, esa misma mañana había leído la noticia de que en Cali, al sur de la ciudad, el pasado domingo 19 de abril, dos policías violaron dentro de en un CAI (Centro de Atención Inmediata) a una mujer que fue detenida supuestamente por no haber acatado el confinamiento. ¡A eso estamos expuestas! ¡Que asco!
Continúe mi camino. Tenía que ir primero al cajero y a pagar la energía, seguía con nervios, pero ahora eran por parecer tranquila y que ojalá nadie me fuera a robar saliendo del cajero. Cuando iba concentrándome en ese pensamiento, un hombre que estaba dentro de una camioneta del ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) estacionada, me dijo con una voz muy morbosa “buenaaassss”, yo lo miré feo y continúe. No le tomé mucha importancia, al final una ya medio se acostumbra al acoso callejero cotidiano y aprende a no pelear con cualquiera…
¡OJO! Que hay ocasiones, lugares y palabras que me llenan de tanta rabia que respondo con furia, pero ahora no era el caso, pobre tipo.
Hice los pagos y ahora tenía que regresar por el mismo camino para dirigirme a hacer las compras, mi error fue volver a pasar por la misma acera donde estaba estacionado ese señor; pues sinceramente ya se me había olvidado el mal rato y estaba pensando ahora en otras cosas.
Cuando pasé a su lado, de nuevo sacó la cabeza por la ventana y comenzó a decirme “que buena mami”. Él siguió escupiendo palabras innecesarias y yo seguí caminando, pensando a gran velocidad ¿Volteo a decirle algo? ¿y si le escupo la cara? ¿pero si se baja y me hace algo? ¿Le tomo las placas a la camioneta y llamo a quejarme al ICBF? Lo único que hice rápidamente fue golpear la caja de la camioneta y salí corriendo. A unos pasos estaba la plaza llena de policías y dejé de correr ahora por miedo a que ellos me detuvieran y así fue… un policía comenzó a llamarme, se me heló la sangre de momento. Sin embargo, cuando me alcanzó sólo era para preguntarme si tenía pico y cédula y me roció de desinfectante.
Me fui muy pensativa. Ni siquiera cuando la calle es menos transitada podemos estar tranquilas. Tenemos que estar cuidándonos todo el tiempo y mucho más ahora que se siente más vulnerabilidad al caminar por las calles vacías.
Comencé a platicar de esto con una amiga y me contó que hace unos días ella también tuvo que salir. Me contó que salió con vestido, normal, hacía calor, le gusta usar vestidos y ella se ve bellísima con sus vestidos coloridos y eso es lo único que tendría que contar sobre esto. Pero no, me contó que un taxi pasó a su lado muy despacio, le decía “¿a dónde vas” “yo te llevo”. Ella no respondía, sentía miedo, pues se encontraba sola. El taxi siguió, pero paró más adelante, mientras ella lo único que hacía era jalar un poco más su vestido para que ojalá se hiciera más largo y ese hombre no siguiera acosándola. Él le siguió “cuidado se la roban” “no debería andar sola”, más adelante otro tipo se le acercó, ella sintió miedo de que la fueran a robar, pero no, otra vez un hombre comenzó a hacer comentarios morbosos sobre su vestido.
Las mujeres no le pedimos a gente extraña en la calle su opinión sobre nuestro cuerpo, nuestra forma de vestir o si deberíamos o no salir a la calle solas y mucho menos en estos días que no tenemos de otra.
Coincidimos en que, en la cotidianidad, aunque hay más gente alrededor y mucha de ella no se involucre, una se siente más protegida o respaldada si decidimos responder a ese acoso. Por estos días se siente más la soledad, no hay muchas personas que nos puedan respaldar o ser testigos.
Muchas personas deciden mejor quedarse calladas ante el acoso callejero, sólo dejarlo pasar. Otras decidimos responder siempre o la mayoría de las veces. Cualquier postura es válida, lo que no es válido y no está bien es que se normalice, que la gente nos diga “no es para tanto”, “¿por qué te enojas?”, “no le des importancia, sólo ignóralo”.
Desgraciadamente este ACOSO CALLEJERO lo vivimos todos los días la mayoría de las mujeres, y en cierto modo aprendemos a lidiar con él, sin embargo, no significa que no nos afecte. Salimos a la calle con miedo, tenemos técnicas y aplicamos protocolos muy propios como la forma de vestir, caminar o transitar por ciertas calles a ciertas horas y por otras no. Me atrevería a decir que todas quienes hemos sufrido acoso callejero recordamos más de una vez que nos dijeron o hicieron algo, y esto nos trastoca el cuerpo y la seguridad en nosotras mismas e incluso la confianza que sentimos hacia otros.
Esto es sobre mi experiencia, lo que he vivido, pero me quedo muy pensativa por lo que está sucediendo en Bogotá, la capital del país, donde hay pico y género, lo que significa que ciertos días pueden salir sólo los hombres y otros días sólo las mujeres. Allá ha existido mucho hostigamiento también por parte de la policía hacia las personas trans y no binarias.
Hace tiempo venía pensando en escribir un artículo sobre el acoso callejero, lo que es, lo que se siente y lo necesario que es terminar con este tipo de violencia. La punta del iceberg de la violencia de género, que nos atraviesa todos los días por el simple hecho de ser mujer. Pero estos días de cuarentena sentí que ese hostigamiento se hace más intenso, en casi todo el mundo las calles están vacías, siendo ahora las mujeres más vulnerables.
¿Quieren hacer algo bueno para cambiar este mundo?
¿En verdad sienten la necesidad de no regresar al mundo que teníamos antes de este dichoso virus? ¡Es su momento!
¡Dejen de acosarnos!
¡Dejen de golpearnos!
¡Dejen de violarnos!
¡Que la violencia machista sea cosa del pasado!
― Norí
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