Como el crecimiento de los árboles ante el ojo humano se construyen las representaciones sobre las libertades del ser. En una tarde calurosa, dos manos entrelazadas caminaban las calles de la vida, tal acción es irreverente para los observadores que lanzan cuchillas sobre tal atrevimiento. Los pasos continuaron con temor y convencidos de su amor, que entre tanto resultaba heroico para algunas miradas silenciadas; la soledad de dos cuerpos permite el disfrute y el color puede ser puesto en la piel, de repente una tercera figura se impone, y los pasos entrelazados huyen a la oscuridad.
Vociferando alguien declama ¡la gran estructura ordena separar los lazos malditos o se desplegará la ley de la escritura y sangre correrá!
Sin embargo, los oídos enamorados se jactan de ser más astutos y escondidos tras la paredes de una habitación, los cuerpos semidesnudos se encuentran plácidos al disfrute de una aventura bien planeada; de la situación se pierde el control, las paredes parecen encogerse y el silencio en medio de las risas, no permite entender lo que sucede, un recurrente no, retiene la prenda que impide el contacto piel con piel, esto aumenta la diversión, así como la tensión. El golpeteo de una mano en la madera, irrumpe el silencio acumulado, dos cuerpos quedan en la sombra con el corazón acelerado.
Al salir de aquel lugar ha disminuido el calor, la luna sigue con cautela los pasos del amor, con la intriga de lo que acaece tras las horas del reloj. Dos rostros unidos con expresión de temor -algo no está bien, algo va a pasar- es el presentimiento compartido de dos malditos por sentir. Ya es demasiado tarde, el verdugo aguarda con castigo apercibido, los fugitivos se rehúsan a ser adoctrinados, los observadores lanzan golpes en forma de miradas, el camino se acorta y los cuerpos se transforman. La sangre variopinta en los rostros caminantes es signo de libertad para el silenciado vacilante.
― Diego Bonelo
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