Tenía 8 años y ya pertenecía al equipo representativo de natación en el colegio en el que estudié toda mi vida. Era la única mujer en él, todos los demás eran hombres. Los entrenamientos se dividían en tres partes: la primera y la última con el equipo completo; en la del medio éramos separados por edades.
A los 12 años tuve mi primera menstruación (menarquia). Asustada, por supuesto, lo primero que pensé es que no podía ir a entrenar. Afortunadamente sucedió un fin de semana que no tenía entrenamiento, sin embargo, después falté dos días porque seguía sangrando, y en casa, ni en el colegio, me habían informado sobre otras formas de gestionar la menstruación más allá de la toalla higiénica, producto que, por supuesto, no era amigable con el agua. Lo que quiero decir es que no conocía opciones como el tampón, por ejemplo. Al volver a la piscina, mi entrenador me regañó por faltar y como castigo (sí, castigo), tuve que nadar varios cientos de metros más en esa jornada.
No fue la única vez que falté a los entrenamientos por tener la regla, y no era sólo por la sangre, sino también por los dolores que, al principio eran inhabilitantes; por tanto, no fue la única vez que fui castigada por tener la regla.
Recuerdo particularmente una competencia intercolegial que tuvimos y que coincidió con mis días de menstruación. Estaba muy asustada. Por supuesto quería competir porque llevaba muchos meses preparándome para ese día. Tenía miedo de un regaño y de que no me dejaran participar, y por eso no le conté a nadie que estaba sangrando. Además, en un equipo de hombres, me daba mucha vergüenza contarlo, no quería que se burlaran de mí. Así que decidí que me pondría la toalla higiénica y justo antes de cada carrera (eran varias en un mismo día), me metería unas bolitas de algodón por la vagina para la absorción de la sangre, lo que provocó bastante dolor, lo admito. No miento, funcionó durante esa jornada, en la que me paseaba entre el baño y la piscina poniéndome y sacándome algodones. Sin embargo, un par de días después todo esto se convirtió en una irritación e infección vaginal.
Al principio mencionaba que estaba rodeada de hombres y que yo entrenaba con los de mi edad. El rendimiento físico siempre fue muy similar al de ellos, pero a causa de mis faltas, mi entrenador decidió ponerme a entrenar con los hombres menores que yo porque mi rendimiento y tiempos estaban bajando. Un golpe bajo, definitivamente. Y los días de menstruación mi entrenamiento era en tierra, cosa que nunca pasó con mis compañeros. Era excluida y, además, expuesta.
Eventos como los que he contado hicieron que yo creara una falsa idea de la menstruación como un momento de exclusión y castigo, y que me hicieran relacionarme de muy mala manera con mi regla. Esta situación, incluso casi una década después, sigue teniendo impactos en la forma como me percibo a mí misma durante los días de sangrado. Hace muchos años ya que no nado a nivel competitivo, y no tengo que enfrentarme al “problema” mensual de gestionar mi periodo. Todo esto para decir que incluso en la actualidad la relación con mi sangrado mensual no es tan amigable, pero que, de no ser por mi ingreso en el feminismo, sería mucho peor y yo, además, me seguiría castigando, como lo hacía mi entrenador.
— Texto anónimo
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