Hola, mi nombre es Tatiana, tenía 19 años y estaba estudiando literatura en la universidad, y amaba sobre todo la literatura feminista, luchaba en contra del machismo y la violencia de género.
En mi casa siempre me enseñaron la importancia de cuidar mi cuerpo, de respetarlo y hacerlo respetar, mi madre desde muy niña me explicó que no podía permitir que alguien me tocara o me pidiera cosas como desnudarme, o que me pidiera tocarle sus partes íntimas. Me advirtió incluso que ningún miembro de mi familia podía hacerlo, lo que me hizo comprender que realmente nadie, en lo absoluto, podía tocarme sin mi consentimiento.
A pesar de toda esta educación y explicaciones tuve una experiencia de acoso y no supe cómo reaccionar.
Un día fui a un centro médico pues me había dado una gripa tan fuerte que me había desmayado por falta de oxígeno. Recuerdo que ese día me acompañó el tío al que más confianza le tenía, además siempre estuvo presto a escucharme. Entré a la consulta, el médico empezó a hacerme preguntas de rutina, mi nombre, historia clínica, luego me preguntó que, si había tenido relaciones sexuales, o que, si tenía novio, a ello contesté que no.
¿Realmente son preguntas necesarias en este tipo de consultas?
Luego me hizo sentar como es habitual en la camilla, hizo sus observaciones, miró mis ojos, mi garganta, mi respiración, luego me pidió que me acostara y ahí empezó lo que para mí ya resultaba extraño, y eso a pesar de toda la educación y explicaciones que me habían dado de cuidarme.
Alzó mi blusa y tomó mi brasier, observó mis senos y luego los agarró, yo definitivamente me sentía muy incómoda y aunque millones de veces me había que nadie podía tocar mi cuerpo sin mí consentimiento, quedé en “shock” no comprendía si eso hacía parte de su rutina o definitivamente era algo incorrecto.
Yo manifesté con mi cuerpo la incomodidad de la situación, se detuvo, me acomodó el brasier, bajó mi camisa y me dijo listo, se sentó de nuevo en su escritorio: “debes tomar amoxicilina por 8 días cada 8 horas”.
Ese día salí confundida al lado de mi tío de confianza preguntándome cómo me había ido y yo solo contesté “bien”. Nunca me atreví a contar este suceso sino después de 2 años, en una conversación con mis amigas y madre, ella se quedó asombrada de que no le hubiese contado a nadie. Luego pensamos en aquellas personas que les da temor hablar, aquellas que son inocentes y menores de edad.
Todo esto me hizo reflexionar en lo siguiente: por no denunciar a este “doctor” muchas mujeres y niñas corren peligro de sufrir este tipo de acoso. Es necesario que denunciemos, que no nos quedemos calladas, tal vez es difícil hablar este tipo de situaciones, pero podemos comenzar por poner una queja o denuncia en el hospital.
Pues luego ya no pude recordar su nombre, y el tiempo ya había pasado. ¿Seguirá haciendo lo mismo? ¿Hasta qué punto podrá llegar? ¿Por qué iba acompañada no continuó? Son muchos de los interrogantes que me surgen, pero de algo estoy segura; me educaron para saber que eso no estaba bien, pero no me enseñaron cómo defenderme y defender a otras, no me enseñaron qué podía decir, no me enseñaron cómo podía denunciar, y bueno, yo ahora sé que el primer paso es hablar, buscar apoyo.
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