'Las mujeres tenemos un instinto maternal desde que nacemos' es una expresión que desde que somos pequeñas escuchamos y que, se intenta reafirmar constantemente con juguetes con roles de género muy marcados, como los muñecos que simulan bebés, las muñecas, las cocinitas, etc. Juguetes que nos invitan a realizar labores de cuidado exclusivamente a nosotras.
Mi infancia estuvo marcada por la violencia intrafamiliar, y eso hizo que asociara la familia y los hijos con problemas. Por eso, desde pequeña, pensaba que no quería casarme ni tener hijos. Con el tiempo, comprendí que la familia y los hijos no necesariamente estaban ligados a 'problemas', y
que en el futuro podría construir un entorno familiar muy diferente al de mi infancia.
Siendo mayor de edad y con una relación sentimental estable, después de varias conversaciones en pareja, decidimos buscar el embarazo. Con todo lo que un embarazo implica, logramos tener a nuestra primera hija cuando tenía 20 años. Ser madre joven me gustaba mucho. Un par de años después, tuvimos a nuestro segundo hijo, porque yo quería una familia grande, tal vez con 3 o 4 hijos.
Durante el segundo embarazo no podía evitar sentirme preocupada por el futuro, si algo me pasaba en labor de parto ¿Quién cuidaría a mi hija? ¿Si tenía más hijos lograría concluir las metas personales que aún tenía en mente? ¿Lograríamos una organización al grado de poder con todo a la vez? Además, siendo mamá, al mirarme al espejo ya no me reconocía, mi cuerpo no era el mismo y la calidad de mis tiempos de descanso tampoco, pues teniendo un ser a tu cargo estás en alerta permanente.
Así fue como decidí hacerme la ligadura de trompas (esterilización permanente) cuando nació nuestro segundo hijo. En el hospital entendí que el personal médico te felicita y aplaude si decides ya no tener más hijos, pero me tocó escuchar comentarios invasivos de parte del personal a otra mamá que no quería solicitar la esterilización permanente. Le enlistaron las desventajas de ser madre dejándola al borde de las lágrimas. Yo no podía creer que en lugar de salvaguardar su bienestar se le incomodara de tal manera.
Nunca di explicación alguna sobre esta decisión ni hubo conversación previa con mi pareja, pero un día un familiar me preguntó '¿Le pediste permiso a tu esposo?' Y esa pregunta se quedó resonando en mi cabeza durante semanas. ¿Tenía que pedir permiso para una decisión sobre mi cuerpo? ¿Era una mala compañera por solo tener en cuenta mis sentimientos?
Para calmar estás dudas, platiqué con mi esposo al respecto, y esa platica reforzó que más allá de los deseos de él estaba la autonomía de mi cuerpo y mis decisiones, las cuales habían sido tomadas así por mi bien, el de nuestros hijos y de nuestra relación en general. Recuperé la tranquilidad al saber que estábamos bien.
Durante estos 3 años, he recibido comentarios como 'se te va a antojar otro hijo” “te vas a arrepentir de esa decisión”, y yo solo pienso: 'Sí, claro… se me antoja otro hijo regando las compras mientras dos más me rayan las paredes'.
Tener peques es muy divertido y hermoso; las niñeces todo el tiempo nos enseñan cosas nuevas. Pero no todo es color de rosa, a veces las cosas se complican y ser 4 integrantes nos ayuda a mantener un mejor control. Cuando la paciencia se agota, es mucho más sencillo hablar con dos personitas que intentar no volverme loca con 4. Tener hijos o no, tener 1 o 4 es una decisión muy personal, porque al final del día, madres y/o padres son quienes tienen la responsabilidad de los cuidados sin importar cuánto opinen las personas del entorno. Para tomar estas decisiones, es muy importante ser realistas en cuanto a nuestras posibilidades y deseos, más allá del instinto materno imaginario.
— Evelyn Aguilar
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