Mi madre me tuvo a los 19 años, es la octava hija de una familia campesina de 13 hijos, no existían en ese momento donde vivíamos vías de comunicación y la ciudad más próxima estaba a un día de viaje en chiva, ella nació abrazada a la luna llena en una tierra que cree que tener un hijo en luna llena es un mal augurio.
A mi padre nunca lo conocí, trabajaba en un pozo petrolero cerca al pueblo y se fue al poco tiempo de llegar, mi madre me cuenta que escondió su embarazo por temor a sus padres y se fue a otro pueblo a trabajar recolectando café, cuando regreso a casa yo ya estaba en sus brazos.
En los años 90´s Colombia paso por un largo periodo de violencia que se vivió principalmente en el campo, ella fue una de las tantas personas que tuvo que migrar desde el Putumayo hasta Ecuador buscando una vida mejor, pero yo me quedé con mis abuelos y a los 7 años me fui a vivir con mi mamá a su lado. Después de dos años, nació mi hermanito y ahora éramos dos personas que mi mamá tenía que cuidar.
Cuando me pidieron que escribiera un texto sobre cómo es tener una madre soltera, mis primeros recuerdos son de sus largas jornadas de trabajo, salir de la escuela y caminar a su trabajo, ella cuidándonos, verla siendo bombera, profesora, emprendedora y una gran escritora.
Todo ello me hace pensar en que tuvo que estar ella sola al pendiente de nuestro cuidado,
tenía que hacer tantas cosas para que pudiéramos tener un lugar donde dormir, que no faltara la comida, la ropa y la escuela, mi madre dice que cuando quedó embarazada de mi supo que tenía que ser una persona muy fuerte.
Ahora que soy una persona adulta y mi madre no tiene que hacerse cargo de mi ni de mi hermano, tiene más tiempo para sí misma, para salir y hacer montañismo, subir volcanes, realizar sus viajes y pensar en su tranquilidad. Su ejemplo me ha servido para comprender la importancia de ser fuerte, de trabajar para cumplir los sueños y, sobre todo, saber amar bonito.
― Juan Carlos
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