Pobrecita, piensan muchas personas seguramente, al leer el título de este blog. Pero yo no me siento nada “pobre” por haber crecido con una madre tan especial como la mía. La verdad es que sí, sufrí en los años de adolescencia: Cuando una está formándose como persona, una se refleja mucho en los padres, y a mí me daba mucha inseguridad la incertidumbre del estado mental de mi madre. Principalmente me daba miedo heredar su condición mental, y hacía de todo para ser diferente a ella.
Mi madre siempre fue una mujer tan valiente, tan apasionada, tan fuerte, que hacía todo por nosotros, por la familia. Ella daba toda su alma y mente en su trabajo como docente – ayudaba a estudiantes con familias conflictivas, lograba enseñar ritmo en la clase de música hasta el alumno menos musical de la clase. Ella no se rendía nunca, porque su sentido del deber le impedía hacerlo. Tal vez por eso, a mí me parecía imposible que algo podría tumbar a mi madre.
Incluso sabiendo que tenía depresión cada invierno, cuando los días se ponían cortos y el clima frio, incluso sabiendo eso, nunca imaginaba a mi mamá como una paciente del hospital psiquiátrico, así como ella lo fue en el año 2010.
Yo tenía 19 años y estaba justo embarcando en mi vida de adulta, había vuelto de mi primer viaje largo con una amiga, y justo me mudé de casa en estos mismos meses. Aunque en el momento yo no aceptaba que me afectaba – pensaba: yo soy una adulta ahora, debo actuar como tal, ayudar a mi papá y consolar a mis hermanas menores. La verdad yo todavía necesitaba mucho a mi mamá. Seguía siendo importante el consejo maternal, como decía antes, necesitaba mucho reflejarme en una figura maternal porque estaba creciendo.
Cuando yo venía de viaje, llena de historias que contar e ideas por discutir, mi mamá estaba en el punto más bajo de su depresión, y no lograba tener una conversación sin terminar llorando. Me colgaba cuando la llamaba, disculpándose desconsoladamente. Y cuando fui al hospital a visitarla, vi en su diario: pensamientos suicidas. Ella vio que lo había visto y de una vez hablamos del tema, nunca fue tabú. Pero lloramos y me impactó mucho saber que algo así de extremo podía ocurrir a mi supermamá. Fue por ahí que me di cuenta por primera vez de la gravedad de su enfermedad.
Para mí fue difícil aceptar que mi mamá sufría de una enfermedad. Una que no era físicamente visible. Yo buscaba razones en libros de terapias alternativas, en teorías de conspiración, me aferraba de cualquier explicación que podría haber por la cual mi madre había sufrido esta caída mental. Explicaciones sistémicas, feministas, anticapitalistas, espirituales, todo. Mientras tanto, ella estaba internada, con tratamientos dudosos, durante meses, y después seguía un proceso largo y doloroso de adaptación al final del cual mi mamá se tuvo que pensionar con solo 50 años.
Antes de eso, yo siempre había visto a mi madre como una mujer super fuerte, aunque a veces ella no lograba salir de la cama, ni asistir a las actividades del colegio, y por eso, mi papá iba solo. A veces ella no aguantaba ni un mínimo conflicto en la casa porque para ella, seguramente era demasiado encima de todo el tumulto interno que ella sentía. Yo no lo entendía, pero veía la preocupación en el rostro de mi padre, y me daba mucho miedo desarrollar una enfermedad mental, tal como mi madre.
Ella empezó a padecer de depresión y ansiedad desde joven, 19/20 años.
Lo positivo es que mi madre siempre fue muy abierta con toda la familia sobre su condición psicológica, y me acuerdo haber tenido conversaciones con ella sobre mi miedo de desarrollar algo similar, y me apoyaba mucho. Incluso me escribió una carta, después de un incidente en la clase de psicología en la secundaria. Íbamos a hacer un ‘Viaje de Sueños’ en la cual nos acostábamos en el piso de la clase y hacíamos una meditación guiada. Había que recordar las imágenes que veíamos, y luego la profesora hacía una interpretación del sueño de cada quien, basado en la psicoterapia. Yo vi algo parecido a un espejo en mi sueño y la profe me dijo que un espejo significa que no sabía quién era yo. Esto me impactó mucho en el momento.
Mi frágil sentido de personalidad se derrumbó (hoy en día pienso que es una actividad poco apta para jóvenes de 15 a 16 años, sin la vigilancia de un profesional de psicología). En fin, lo conté a mi mamá y ella no supo qué decir en el momento, pero luego, me escribió una carta.
En la carta, me explicó que ella nunca podría saber si yo desarrollaría una enfermedad mental o no, pero que ella no lo pensaba. Me escribió que era fuerte y débil al mismo tiempo, que una persona puede contener multitudes, y que no hace falta que conociera todos los rincones de mi personalidad a una edad tan joven. También que una siempre está desarrollando su personalidad y nunca llega a conocer cien por ciento la mente de una misma. Me ayudó mucho, su cariño era así, cruzaba mar y tierra para ver a sus hijas y hijo felices, era capaz de enfrentarse con todo y con todos y todas (hasta con docentes del colegio si no estaba de acuerdo con sus métodos).
Muchas personas me preguntan ¿por qué? y me da rabia, porque nadie pregunta por qué a alguien le da una enfermedad física, pero en el ámbito mental, sigue habiendo un prejuicio de que la paciente de alguna manera es culpable de su enfermedad, o que tiene que haber sufrido algún incidente que la lleva a tener una enfermedad mental. Incluso yo antes pensaba así. En caso de mi madre, no. Ella viene de una familia muy cariñosa, con una madre y un padre que se querían mucho. Trabajaban como profesores (en la época, eran pocas las mujeres que trabajaban, entonces para mi madre fue un ejemplo muy fuerte su mamá).
Pues no parece haber una lógica así de simple detrás de su enfermedad.
Como mi madre siempre dice; le debe faltar unos componentes químicos en el cerebro que le lleva a tener ansiedad y depresión. Aunque también dice que en parte es por causa de unos tratamientos psiquiátricos en su juventud que no se llevaron a cabo, y porque su doctora en esa época era incompetente y no la atendía como debía haberlo hecho, su enfermedad fue empeorando. (La misma doctora fue despedida 20 años después por malas prácticas.)
Sin embargo, mi mamá tenía momentos, más que todo en verano, de mucha energía, creatividad, alegría y actividad laboral – por lo cual su actual psiquiatra la ha diagnosticado con bipolaridad. A mí me sorprendió mucho cuando la diagnosticaron porque nunca la he visto como yo me imaginaba que era un paciente bipolar. Pero, como aprendí, la bipolaridad tiene muchas caras, ya que las personas somos todas diferentes. También aprendí a no tenerle temor a los diagnósticos porque son nada más descripciones que se han desarrollado para categorizar pacientes mentales y así facilitar el tratamiento. Cuando cambiaron el diagnóstico de mi madre varias veces, me di cuenta de eso. Depresiva, bipolar, psicótica, y de nuevo bipolar.
Ahora pienso que, aunque en un futuro podría desarrollar enfermedad mental, esto no quitaría todas las demás cualidades que tengo como persona. Y pensar así, me ha ayudado a perder el miedo.
Un diagnóstico no borra todo lo que la persona es. Mi madre siempre ha sido y siempre será mi madre, por eso nunca la puedo ver como una paciente bipolar estereotípica, aún si eso existiera. Pero, puede ser la salvación de algunas personas, porque como en el caso de mi madre, le ayudó a poder retirarse del mundo laboral que ella ya no aguantaba, y le ayudó a dejar de sentir culpa por no poder realizar todas las actividades que ella deseaba.
― Texto anónimo
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